jueves, 22 de abril de 2010

bella y perfecta melodìa de un sueño

Si ya de por sì el hecho de despertar cada mañana a cierta hora trae aparejado un sinfìn de planteos y de preguntas embebidos por la bruma matinal, no menos cierto y desalentador es el hecho de despertar y poder apenas recordar el sueño que acaba de apagarse como un fòsforo. Como si los vestigios del sueño, guardados en los cajones ocultos del cerebro, fueran vaciàndose por obra de las manos apuradas de un espectro que busca desesperadamente reconstruir su historia. Un sueño cuya naturaleza tuvo mùsica y no imagen. O al menos eso es es lo que he intentado recordar durante los primeros minutos del dìa y nada he conseguido. Por eso insisto, es decididamente abrumador no poder recordar la perfecta melodìa que, cual soundtrack, decoraba los paisajes onìricos de mi mente durante tan sòlo una noche atràs. Si alguien sabe algo de ella, no tiene màs que decìrmelo.

viernes, 19 de marzo de 2010

la siesta del àngel

Muchas veces contè esta historia, pero nunca antes la habìa escrito. Mi madre era una persona particularmente espiritual, singularmente religiosa, e infinitamente bondadosa. Estuvo en mis peores momentos y tambièn me hizo còmplice de sus vivencias màs extrañas. Una tarde de otoño lleguè a mi casa y la encontrè sentada en un sillòn. Un brillo de sol pleno de polvillo la atravesaba. Las tres de la tarde. Era esa hora en la cual un rayo de luz siempre ingresa al living y se proyecta hasta la pared. El hecho dura pocos minutos pero mientras tanto resulta muy bello. Lleguè pues aquella tarde y me sentè a conversar con ella. La notè muy relajada y sonriente, tenìa un rostro calmo y feliz. "Tengo que contarte algo que me pasò hace un rato", me dijo. "Vos sabès que desde hace tiempo me estaba preguntando dònde guardè esa miniatura que me regalaron y que tanto me gusta, entonces la busquè hoy por toda la casa y nada. Cuando me cansè de revolver, me sentè en este sillòn y por unos minutos me adormecì, hasta que me despertò una luz flotando en el aire. Me dì cuenta que era como un pequeño àngel casi transparente que permanecìa en el aire, cerca de mi hombro. En un momento, el angel volò hacia mi cuarto y desapareciò tras el ropero grande. No tuve mejor idea que abrir nuevamente el mueble y entonces comenzaron a caerse algunos objetos. Mi sorpresa fue infinita cuando encontrè a mi querida miniatura entre los objetos que habìan caìdo. Podès creerme, no es hermoso lo que me pasò?"

jueves, 18 de marzo de 2010

Mientras caminaba durante una tarde de sàbado de 1980 por la calle Zapiola, en pleno barrio de Belgrano R, escuchè el sonido de un piano que provenìa de una casa de neto estilo inglès pero muy venida abajo. Me detuve frente a la vivienda y sin disimular, tratè de mirar con màs detenimiento para ubicar al pianista. La ventana principal que daba al pequeño jardìn con vista a la calle estaba protegida por cortinas blancas. Ya atardecìa. Me quedè un largo rato fumando y escuchando esa melodìa hasta que de repente las cortinas se corrieron, y el rostro de una mujer se asomò. No tendrìa mas de treinta años y una abundante cabellera oscura. Decididamente no era linda. No tuve otra forma de reaccionar que saludàndola levemente con mi mano. Con un gesto amable ella me preguntò que estaba haciendo en ese lugar. "Solamente escuchando el piano" alcancè a decir. "Mañana a esta hora podès volver", soltò sin màs. La propuesta me fascinò y partì. Recuerdo que lleguè a casa y me puse a escribir acerca del extraño encuentro. A la tarde siguiente, regresè. No habìa ni mùsica ni nada. Esperè durante unos minutos hasta que decidì irme. Me sentìa apesadumbrado sin saber por què. Volvì una y otra vez a la casa a diversas horas y nunca encontrè a nadie. Pasado un tiempo y casi por casualidad, tuve que pasar de nuevo por la casa de la calle Zapiola y encontrè a una mujer mayor regando el jardìn. Me atrevì a preguntarle por la chica del piano. Con mirada desconfiada primero eligiò el silencio y luego, a travès de las rejas, me dijo: "Marìa muriò hace años".

lunes, 15 de marzo de 2010

un paseo con los fantasmas

Ayer, domingo, alrededor de las seis de la tarde, pensaba que uno puede regular sus emociones o bien en base a otras emociones mucho màs placentereas, o merced a la ingesta de determinados psicofàrmacos. Si ante un primer intento la primera de las opciones no rinde su fruto, la segunda puede brindar un efecto pero a corto plazo. La diferencia radica en que la segunda proviene de un laboratorio, y la primera, de las formas del alma o de la piel. De todos tambièn es no menos cierto que existen otras maneras de paliar las tristezas. Sin ir màs lejos, deambular por ciertas calles a ciertas horas me produce un placer que pocos entienden. En tal sentido, poder descubrir o rescatar historias detràs, por ejemplo, de aquellas ventanas empañadas puede resultar el mejor antìdoto para contrarrestar un dolor. Recuerdo que cuando tenìa alrededor de diecisès años, me sucedieron dos hechos que el tiempo no ha logrado desentrañar. Si algo me ha fascinado desde pequeño, eso ha sido lo no conocido, lo intangible, la mano estirada en medio de la oscuridad de un cuarto. Recuerdo que siendo un chico de doce años junto con dos amigos tenìamos por costumbre meternos en cuanta casa abandonada hubiera. No puedo entender ahora còmo era que logràbamos hacerlo, pero el tema es que saltàbamos rejas, forzàbamos puertas, caminàbamos por jardines descuidados, por ambientes hinchados de humedad y de orina de gatos. Como detalle simpàtico recuerdo que siempre llevàbamos linternas y cortaplumas, no vaya a ser cosa que nos sorprendiera la oscuridad en cualquiera de sus manifestaciones. De pequeño vivià en una casa muy fea, a la cual se llegaba atravesando un largo corredor decorado con macetas deshechas y sostenido por paredes descascaradas en las cuales diversas especies de arañas construìan plàcidamente su mundo textil. Ya tenìa identificados a esos insectos y cada tanto les acercaba moscas y hormigas que guardaba prolijamente en frascos de dulces. Atràs de mi vivienda habìa otra casa que hacìa años estaba a la venta, y ni siquiera nadie visitaba. Mis padres tenìan la llave de ese lugar y cuando ellos no estaban, yo aprovechaba su ausencia y me metìa con mis amigos de la infancia. Llevàbamos cigarrillos que le robàbamos a mi padre y algunas revistas con fotos de mujeres desprovistas de ropas. Por aquellos tiempos el atrevimiento pasaba por fumar a escondidas y por besar a una vecina con la luz del cuarto apagada, mientras alguna balada de rock sonaba en un tocadiscos. De esta forma, el misterio me comenzaba a rodear lentamente con su perfume, tal como lo hiciera durante dos soleadas tardes de un invierno de hace mucho tiempo atras.

martes, 1 de diciembre de 2009

serían cerca de las tres de la mañana cuando anoche me desvanecí. en un momento el reloj gritó que eran las siete y yo no sabía quién era. entonces miré a un costado y ahí estaba ella, rubia, hermosa, tan extensa, durmiendo con la placidez de una hembra. la abracé muy fuerte y estreché sus pechos contra mi mano. la felicidad húmeda de la noche pasada, apenas unas horas atrás, comenzaba a tomar otra dimensión. estábamos en ese momento de la mañana en el que el mundo es nada más que ese momento. respiré la eternidad de cada segundo, estiré cada minuto. soñe, me relajé nuevamente, y entendí que debía incorporarme. afuera la calle se encendía con el sol de diciembre. como era de suponer, las llaves tardaron en aparecer. nos besamos en medio de un destello tornasolado. comencé a caminar como podía. ella estaba tan hermosa con ese vestido negro.